Telescopios
VOLVERLos sábados y domingos al anochecer sacamos los telescopios para observar el cielo.
Actividad gratuita por orden de llegada, con cupo de 250 personas.
SE SUSPENDE POR NUBOSIDAD O LLUVIA
Cómo empezar a mirar el cielo
Escalera al Cielo
La astronomía es una ciencia fascinante. Y buena parte de su encanto radica en que todos podemos acercarnos a ella de manera directa: el Universo está allí “arriba”, a nuestro alcance. Sólo tenemos que salir a explorarlo. Pero… ¿cómo?
Generalmente, lo primero que se nos viene a la cabeza es comprarnos un telescopio. Es natural y comprensible. Pero no hay que apurarse. La astronomía requiere de paciencia, experiencia, y un conocimiento gradual y escalonado. Nadie se convierte en astrónomo con sólo comprar un telescopio (del mismo modo que nadie se convierte en guitarrista por sólo tener una guitarra). Este artículo es una necesaria introducción a nuestras guías de observación astronómica, que publicamos mensualmente. Y si bien no pretende agotar todas las cuestiones vinculadas a la observación astronómica (un solo artículo jamás podría hacerlo), contiene una serie de puntos esenciales que se basan en nuestro conocimiento y experiencia de muchos años. Confiamos, entonces, en que este artículo los ayudará a adentrarse en este mundo maravilloso…
1) Conocer el cielo… esa es la cuestión
Cotidianamente, mucha gente se acerca al Planetario de la Ciudad de Buenos Aires pidiendo asesoramiento para la compra de un telescopio. Y desde aquí siempre recomendamos tener en cuenta dos conceptos fundamentales. Primero: los telescopios son instrumentos. Y como todo instrumento o herramienta, hay que aprender a manejarlos. Segundo (aunque tan importante como lo anterior): hay que aprender a reconocer el cielo nocturno, que es el “terreno” que vamos a explorar.
Es necesario conocer la posición general de las estrellas y las constelaciones que ellas forman, los movimientos y los elementos básicos de la esfera celeste (coordenadas, polos y ecuador celeste, etc.), y la ubicación y movimientos (reales y aparentes) del Sol, la Luna y los planetas. Y luego de tener en claro todo lo anterior, podemos lanzarnos también a la observación de los incontables y más desafiantes objetos de “cielo profundo”: cúmulos estelares, nebulosas y lejanísimas galaxias (que demandan un conocimiento más profundo del firmamento nocturno).
Podemos adquirir un telescopio y luego aprender todo eso, es cierto. Pero la experiencia marca que es mucho mejor aprender antes de comprar (dicho sea de paso, los buenos telescopios son instrumentos costosos). Además, y como veremos un poco más adelante, es mejor iniciarse en la observación astronómica con otra clase de instrumentos.
Ahora bien: ¿cómo aprendemos a manejar un telescopio? ¿Y cómo aprendemos a reconocer el cielo nocturno? Ambas cosas no se logran de un día para el otro, pero en estos tiempos resulta mucho más sencillo que hace 10 o 20 años dado que, además de consultar libros especializados (los hay, y muchos), y asistir a cursos (como los que dicta el Planetario y otras instituciones dedicadas a la Astronomía),contamos con una inagotable fuente de recursos astronómicos: Internet, por supuesto. Hay incontables páginas web dedicadas a esta ciencia maravillosa. Sólo se trata de buscar, leer, experimentar, aprender y dejarse llevar por la curiosidad y la fascinación.
Por otra parte (y esto es de enorme ayuda), existen muchos softwares astronómicos que trabajan como fantásticos “simuladores” del cielo. Y muchos de ellos no sólo son muy buenos, sino que también son gratuitos, y los podemos “bajar” de Internet: Stellarium, Sky Map o HNSKY son algunos de los más populares entre los aficionados a la astronomía. Y lo mismo podemos decir de las variadas aplicaciones para teléfonos celulares. Con todos estos novedosos recursos podemos simular el aspecto del cielo nocturno para cualquier fecha, hora y lugar de la Tierra, identificar toda clase de astros, y hasta imprimir nuestras propias “cartas celestes” para nuestras observaciones astronómicas. En suma: podemos obtener fácilmente lo que hace unos cuantos años sólo podíamos encontrar en libros específicos o en costosos atlas astronómicos.
También los invitamos a acceder a los contenidos astronómicos de la web del Planetario: https://planetario.buenosaires.gob.ar/observa-el-cielo. Allí, mes a mes, encontrarán un amplio “menú” de opciones sumamente útiles, tanto para el principiante, como para observadores con niveles de conocimiento y experiencia medios y altos. Desde el clásico mapa celeste general (centrado a las 22:00 hs. del día 15 del mes en curso), las “efemérides astronómicas”, y las “vistas destacadas del cielo” (destinados a principiantes y a la observación a simple vista), hasta las guías de observación más específicas, para quienes ya cuentan con más conocimientos, experiencia e instrumentos.
Conocer el cielo, de eso se trata. No tiene mayor sentido apuntar un telescopio al cielo sin saber qué queremos mirar, dónde está, ni cómo luce realmente tal o cual astro en el ocular (ver más adelante). La tarea no es sencilla, desde ya. Hace falta adquirir muchos conocimientos, tener paciencia, entusiasmo, y, al menos, varios meses de práctica y metódica observación a simple vista. Y bien: ¿una vez que ya estemos medianamente familiarizados con las lógicas del firmamento nocturno, la ubicación de los planetas, las principales estrellas y constelaciones, ya podemos comprarnos el ansiado telescopio? Es una posibilidad, si. Pero la experiencia marca que, antes de adquirir un telescopio, es mejor empezar con otro tipo de instrumento óptico. Más accesible, más barato, y más fácil de manejar…
2) Binoculares: el segundo paso.
Lo más recomendable para iniciarse en la observación astronómica con instrumentos son los binoculares. Con bajos aumentos, grandes campos visuales, y “visión natural” (y no invertida “arriba-abajo” y/o “izquierda/derecha, como ocurre con los telescopios), los binoculares son herramientas perfectas para dar este trascendental segundo paso en nuestra exploración del Universo.
Hay toda clase de binoculares. Y no todos son ideales para uso astronómico. La experiencia marca que los modelos más adecuados para tal fin son los “7x50” o “10x50”. El primer número indica el aumento del instrumento, y el segundo, el diámetro de sus lentes, expresado en milímetros. Esto no significa que un binocular 7x35, u 8x40, no sirva para observar el cielo nocturno. Sirven. Pero suelen quedarse un poco “cortos”. Los modelos 7x50 y 10x50 nos ofrecen un buen equilibrio entre luminosidad, aumento y campo visual. Con ellos, disfrutaremos de imágenes de los astros mucho más luminosas y detalladas que las que podemos ver a ojo desnudo, y campos visuales generosos, que nos permiten ubicarnos mejor en las áreas de cielo que queremos mirar. Un típico binocular de 10x50, por ejemplo, tiene un campo de 6 o 7 grados. Para tener una mejor idea de lo que eso significa, alcanza con decir que en ese campo visual entra, completa, la famosa constelación austral de la Cruz del Sur. O dos veces las conocidas “Tres Marías”, de la constelación de Orión.
Hay binoculares más potentes: 12x60, 15x70 y 20x80, sólo por citar algunos. Sin embargo, aquí debemos detenernos en algo muy importante: por regla general –y esto se aplica también a los telescopios- debemos recordar que “a mayor aumento, menor campo visual”. Los binoculares “grandes”, como los 15x70 y 20x80, efectivamente tienen más aumento y mayor diámetro (que se traduce en imágenes más nítidas y luminosas), pero al mismo tiempo, sus campos visuales son de sólo 3 o 4 grados. En otras palabras: ofrecen “ventanas” al cielo mucho más estrechas. A eso hay que sumarle otros factores nada menores: son más grandes, más pesados, y más caros. Por su mayor tamaño, peso y aumento, estos aparatos pueden resultar todo un desafío para nuestros brazos y nuestro pulso. El cansancio y el temblor de la imagen nos jugarán en contra. Por eso, los grandes binoculares suelen requerir el uso de un trípode. Y aquí es donde comienza a tambalear otra de las ventajas de los binoculares: la practicidad y portabilidad. La experiencia marca, también, que este tipo de instrumentos son recomendables para un uso más avanzado (de hecho, los modelos 15x70 y 20x80 son muy utilizados por observadores especializados en cometas).
Más allá de que más adelante vayamos a tener un telescopio (o varios) un buen binocular será siempre una herramienta ideal e irreemplazable para observar grandes “parches de cielo”, conjunciones de la Luna con planetas, y objetos tenues y muy extendidos, como cometas, grandes nebulosas y cúmulos estelares.
3) Ahora si… ¡Telescopios!
Podríamos escribir un libro entero sobre telescopios (de hecho, los hay, y muchos). Son instrumentos maravillosos, y al mismo tiempo, de uso mucho más complejo de lo que se suele creer. Por eso, más allá de los conceptos básicos que desarrollaremos a continuación, les recomendamos investigar más sobre ellos tanto en libros, como en cursos, páginas web, blogs y videos. Pero por ahora, vamos a lo esencial…
Generalmente, los telescopios son más grandes y ópticamente más “potentes” que los binoculares. Y la razón principal es sencilla: tienen lentes o espejos (ver más adelante) de mayor diámetro. Y por eso, pueden colectar más luz de los astros. Un factor que se traduce en imágenes más brillantes y detalladas. En suma, un buen telescopio nos permitirá ver una amplísima variedad de astros: la Luna, el Sol (con los cuidados del caso), planetas, asteroides, cometas, estrellas, estrellas dobles, cúmulos estelares, nebulosas, y hasta lejanísimas galaxias (probablemente, los “blancos” astronómicos más difíciles y tentadores para cualquier astrónomo aficionado).
Hay dos grandes “familias” de telescopios: refractores y reflectores. Los primeros tienen una lente frontal (el “objetivo”) compuesta, que “refracta” la luz y la concentra en un foco. Allí, el ocular (ver más adelante), recibe la luz, y forma la imagen. En los telescopios refractores, observamos por la parte trasera del tubo. La otra gran familia de telescopios son los reflectores. En su versión más tradicional y popular, estos modelos, también llamados “newtonianos” (por su inventor, el genial Isaac Newton), tienen un espejo primario (de superficie ligeramente cóncava) que colecta la luz de los astros, y que se ubica en la parte inferior del tubo, y un espejo secundario (mucho más chico, plano, y situado cerca de la parte frontal del telescopio, con una inclinación de 45º). En los reflectores, observamos por la parte delantera del instrumento.
La pregunta obligada es: ¿cuales son mejores? ¿Refractores o reflectores? Lo cierto es que cada uno tiene ventajas y desventajas. Generalmente, los refractores de calidad estándar –llamados acromáticos, y que tienen lentes dobles- son excelentes instrumentos para observación planetaria, lunar y de estrellas dobles. Por su parte, los reflectores clásicos tienen una notable virtud: color perfecto. Por su propia naturaleza, no tienen “aberración cromática”, un defecto –generalmente tolerable- de los refractores comunes. Pero al ser tubos abiertos, los reflectores newtonianos suelen ser muy sensibles a las variaciones en la temperatura del aire (interna y externa), lo que repercute, en principio, en la estabilidad y calidad de la imagen. Sin embargo, eso se soluciona en gran medida dejándolos “aclimatar” (con el tubo destapado), al menos media hora antes de comenzar la sesión de observación.
La gran ventaja a favor de los reflectores newtonianos es su precio: a igual diámetro (que, como veremos es lo más importante de un telescopio) son mucho más baratos que los refractores de buena calidad. En otras palabras: con lo que cuesta un buen refractor de 100 mm. de diámetro, podemos comprar un buen reflector newtoniano de 150 o 200 mm. Y con diámetros mayores, veremos mejor, especialmente, los objetos de “cielo profundo” (especialmente, nebulosas y galaxias). La relación “diámetro-costo” es la que explica por qué la mayoría de los aficionados a la astronomía utiliza telescopios reflectores.
4) Telescopios: lo que importa es el diámetro.
Además de su calidad, lo más importante de un telescopio no es el aumento que prometen los fabricantes, sino su diámetro. Y la razón es simple: cuanto mayor sea el diámetro de la lente o el espejo de un telescopio, mayor será la cantidad de luz de los astros que colectará. Y mayor su resolución angular, es decir, la capacidad de resolver detalles en la imagen de un astro determinado. Así, por ejemplo, un telescopio (reflector o refractor) de 150 mm. de diámetro, nos ofrecerá imágenes mucho más brillantes, nítidas y contrastadas que uno de 75 o 100 mm.
Diámetro, de eso de trata. Entonces: ¿cuál es el diámetro mínimo que debe tener un telescopio para ser verdaderamente útil para la observación astronómica? Sobre este punto no hay una única respuesta, pero la experiencia marca que un telescopio para uso general debe tener un diámetro mínimo del orden de los 100 mm si es reflector, y de 60 a 80 mm si es refractor. Cuando hablamos de “uso general”, nos referimos a la observación de la Luna, el Sol (con los cuidados del caso), planetas (especialmente Venus, Marte, Júpiter y Saturno), cometas, estrellas dobles, y una buena cantidad de cúmulos estelares (abiertos y globulares), nebulosas y galaxias.
5) Aumento: un tema a aclarar
El aumento de los telescopios es una de las cuestiones que genera más expectativas y, a la vez, más confusiones. Veamos este asunto en forma más detenida. Por empezar, un telescopio no tiene (de por sí) un determinado aumento “fijo”. Lo que si tiene es diámetro y distancia focal (que es la distancia que hay desde su lente o espejo, hasta el “foco”, el punto donde convergen los rayos de luz). Esa distancia focal, según el telescopio, puede ser corta (en el orden de los 400 a 700 mm.), mediana (alrededor de 900 o 1000 mm), o larga (hasta 2000 o 3000 mm). Las distancias focales cortas son mejores cuando buscamos vistas astronómicas de “campo amplio” (por ejemplo, grandes cúmulos estelares y nebulosas muy extendidas), y las más largas, nos darán mejores resultados cuando lo que queremos es mucho detalle en un objeto en particular (un planeta, por ejemplo).
Dicho todo lo anterior, ahora si podemos ir al punto: el aumento de un telescopio es la cifra que surge de dividir la distancia focal del telescopio, por la distancia focal del ocular (ya veremos enseguida qué son los oculares). Por ejemplo: un telescopio con 900 mm. de distancia focal (una medida estándar) con un ocular 20 mm. de distancia focal, nos dará 45 aumentos (900/20). Ese mismo telescopio con un ocular de 10 mm. dará 90 x (como se suele expresar), y con uno de 6 mm, tendremos 150 x. Diferentes aumentos, con el mismo telescopio. Pero… ¿cuál es el aumento “máximo” de un telescopio?
Una vez más, la variable crucial es el diámetro del telescopio, porque de eso dependerá la calidad de la imagen (cuan brillante, contrastada y detallada será). Por regla general, el aumento máximo útil de un telescopio es el doble de su diámetro en milímetros. Por ejemplo: un buen telescopio refractor de 80 mm. de diámetro tiene un máximo útil de alrededor de 160 aumentos. Y uno de 100 mm, puede “estirarse” hasta unos 200 x. Otros factores importantes son la calidad del instrumento, las condiciones atmosféricas (transparencia, turbulencia, oscuridad del cielo) y hasta el propio objeto que queramos observar: cuando observamos astros excepcionalmente luminosos (como la Luna, Venus, y eventualmente Júpiter o Marte) con un telescopio de buena calidad, y en una noche estable, podemos llevar ese límite hasta 3 veces el diámetro del instrumento. Cuando se trata de objetos pálidos y difusos (una nebulosa o una galaxia), la práctica indica que el aumento máximo ronda el propio diámetro del instrumento en mm. o incluso menos: para ver bien una galaxia con un telescopio de 150 mm. de diámetro, por ejemplo, conviene usar alrededor de 100 aumentos. En cualquier caso, y más allá de que utilicemos telescopios grandes (de 250, 300 mm. o más), son contadas las noches al año en que podamos ver imágenes nítidas más allá de los 300 o 400 aumentos.
6) “Oculares”: accesorios esenciales
Los telescopios no funcionan sin oculares. Estas piezas son el otro extremo del sistema óptico: las lentes donde ponemos el ojo para mirar. Los oculares reciben la luz colectada por la lente o espejo del telescopio, y forman y amplifican la imagen de los astros. Como ya habíamos adelantado en el punto anterior, son los que, según su propia distancia focal, nos dan un aumento determinado.
Los oculares presentan una amplísima variedad de modelos y distancias focales. Hay algunos muy básicos (ya casi en desuso) que tienen 2 o 3 lentes, y otros extremadamente complejos, grandes, muy caros y de usos bastante específicos, que pueden tener hasta 7 lentes en su estructura. No es nuestra intención aquí entrar demasiado en detalles, pero si mencionaremos los oculares que, por “costo/beneficio” son los más convenientes y los más utilizados: los tipo Plössl. Piezas ópticas (de 4 y hasta 5 lentes) que son el estándar de calidad en la materia.
En cuanto a distancias focales, el rango es enorme: hay oculares de sólo 2 o 3 mm. de distancia focal, y otros de hasta 40 y 50 mm. En el rango medio están los muy populares oculares de 10, 15 y 20 mm. Como la distancia focal de un ocular es la que determina el aumento del telescopio, y al mismo tiempo el “campo visual” (a menor aumento, mayor campo visual), para obtener cierta variedad de aumentos y campos visuales es recomendable tener como mínimo 3 oculares. Una colección básica para uso general, podría estar formada, por ejemplo, por 3 oculares Plössl de 5, 10, y 25 mm de distancia focal.
7) Telescopios más complejos
Los telescopios refractores acromáticos y los reflectores clásicos o newtonianos son los modelos más utilizados en el mundo de la astronomía amateur. Sin embargo, existen variantes más complejas (y caras) para usos más exigentes y/o específicos Dentro de la familia de los reflectores (aquellos que utilizan espejos), también están los relativamente populares modelos Schmidt-Cassegrain y Maksutov. Estos sofisticados instrumentos tienen un espejo secundario curvo (y no plano, como los newtonianos) que, a su vez, esta incrustado en una “placa correctora”, ubicada en la boca del telescopio. Esta configuración permite tubos mucho más cortos, manteniendo distancias focales largas. Además de ser compactos (una gran ventaja), son tubos ópticos cerrados, lo que evita corrientes de aire y diferencias de temperatura. Así, estos telescopios ofrecen imágenes más estables que la de sus primos newtonianos. El ocular se ubica en la parte trasera del tubo óptico (miramos por la parte de atrás, como ocurre con los refractores). Más allá de sutiles diferencias, los Schmidt-Cassegrain y los Maksutov son telescopios de rendimiento superlativo.
En cuanto a los telescopios refractores, también tienen su variante más sofisticada: los apocromáticos. A diferencia de los refractores acromáticos, cuyo “objetivo” está formado por dos lentes, los refractores apocromáticos –o simplemente, “apo”- tienen 3 o 4 lentes combinadas. Además, están construidas con materiales más sofisticados y costosos (como el fluorito). Como resultado, los “apo” carecen de la aberración cromática que sufren los “acromáticos”. Son joyas ópticas que ofrecen imágenes exquisitas, tanto en nitidez como en color, muy utilizadas por los observadores de planetas más exigentes, y por los astrofotógrafos.
8) Otros accesorios útiles
Los oculares son los accesorios esenciales de todo telescopio, pero no son los únicos. Veamos otros sumamente útiles:
- Buscador: es un pequeño telescopio “guía” que va adosado en el tubo del telescopio principal. El buscador sirve para ubicar los astros en el cielo, dado su bajo aumento y gran campo visual. Para que sea realmente útil, debe estar “colimado”, es decir, perfectamente alineado con el telescopio, de modo tal que lo que queda centrado en la “cruz” del buscador, aparezca en el ocular. El colimado se logra moviendo los tornillos de sujeción del instrumento.
- Barlow: son lentes que aumentan la distancia focal del telescopio, permitiendo aumentos más altos. Se acoplan directamente entre el ocular y el porta-ocular del telescopio. Los modelos de Barlow más comunes duplican o triplican el aumento final del telescopio.
FOTO BARLOW
- Filtros solares: se colocan en la boca del telescopio. Los más comunes están hechos de mylar metalizado, y sólo dejan pasar 1/100.000 de la luz solar, permitiendo una observación segura de nuestra estrella. Nunca hay que observar al Sol con telescopios (o binoculares) sin estos filtros especiales, porque sin esa protección podemos perder la vista.
- Filtros para usos específicos: su variedad es amplísima y generalmente se enroscan en la parte posterior de los oculares. Entre los más utilizados por las astrónomos amateur avanzados, están los filtros lunares (que disminuyen la intensidad luminosa en telescopios grandes, para observar mejor detalles de la superficie de nuestro satélite); los filtros de colores (fundamentalmente, para ver mejor detalles en los planetas); los filtros H alfa y H beta (para aislar luz emitida por el Hidrógeno) y OIII (Oxígeno III), que son ideales para ver mejor diferentes tipos de nebulosas; y los filtros anti-polución lumínica, también conocidos como LPR, que sirven para aliviar los efectos de la “contaminación luminosa” urbana.
9) Monturas y sistema "Go -To"
Todo telescopio necesita de una base. Un buen soporte que nos permita apoyarlo y moverlo en distintas direcciones. En los instrumentos más pequeños y sencillos (o bien cuando se trata de un uso casual, y sin mayores pretensiones) suele alcanzar con un buen trípode fotográfico. De todos modos, tratándose de telescopios, lo mejor son las monturas. Hay 3 grandes familias de monturas:
a) Acimutales: son las más simples y livianas, nos permiten un movimiento en vertical y horizontal del telescopio. Suelen tener un par de movimientos finos que permiten un control manual más suave del telescopio a la hora de ubicar y seguir a un astro en el cielo.
b) Dobsonianas: son una variante de las acimutales, y se basan en un diseño de “cajoncito” giratorio, donde va encajado el telescopio. Son monturas sencillas, relativamente económicas, y al mismo tiempo muy sólidas. Soportan perfectamente a instrumentos medianos y grandes (de 15 cm. de diámetro para arriba).
c) Ecuatoriales: son monturas más grandes, pesadas y complejas. Su manejo requiere de mayores conocimientos, entre otras cosas, porque deben estar bien niveladas y alineadas: su “eje polar” debe apuntar a uno de los polos celestes (norte o sur, según la latitud geográfica del observador). Algunas monturas ecuatoriales son de uso manual (con movimientos finos solamente), mientras que otras son motorizadas. Dado que, con sus movimientos, estos dispositivos contrarrestan la rotación terrestre, y permiten seguir a los astros en sus trayectorias celestes, son herramientas prácticamente imprescindibles para la astrofotografía.
Como no podía ser de otra manera, la tecnología también ha revolucionado el mundo de la observación astronómica: desde hace unos 20 años existen telescopios “inteligentes”, también conocidos como “Go – To” (por “ir hacia…”). Son aparatos que no sólo cuentan con motores, sino también con pequeñas computadoras que permiten la búsqueda y seguimiento de los astros. Sus “memorias” cuentan con bases de datos de miles de objetos (en algunos casos, 30 o 40 mil), que van desde astros fáciles de ubicar , como la Luna, los planetas o las estrellas más brillantes, hasta blancos mucho más desafiantes, como cúmulos estelares, nebulosas y galaxias.
En la última década, los telescopios Go-To han incorporado otra enorme ventaja: el sistema GPS, que en cuestión de segundos, “le dice” al telescopio dónde está, fecha y hora, facilitando el posicionamiento y configuración del equipo. Lógicamente, los telescopios Go-To son mucho más costosos que los comunes, y representan una etapa más avanzada en el camino de todo observador del cielo.
10) La importancia de un “cielo oscuro”
Los observadores más experimentados suelen decir: “el cielo es el límite”. La frase apunta a destacar la importancia fundamental de la calidad del cielo (oscuridad y transparencia) a la hora de planificar cualquier observación astronómica. Lamentablemente, los cielos urbanos están cada vez más afectados por “contaminación luminosa”. Vivimos bajo “campanas” de luz (y smog) que nos impiden ver del 80% al 90% de las estrellas que podríamos observar a ojo desnudo, y que han “borrado” del cielo al soberbio espectáculo de la Vía Láctea cruzando el firmamento de lado a lado. Es por eso que para disfrutar a pleno de la astronomía, hay que “escaparse” de las ciudades, en búsqueda de los cielos rurales o de montaña. La diferencia es realmente enorme: mientras que en las ciudades podemos ver unas 200 a 300 estrellas a simple vista, perdidas en un cielo gris/rosado, en el campo podemos ver cerca de 3 mil, desparramadas en un cielo negro y transparente, donde, por supuesto, la Vía Láctea se luce en toda su gloria.
Si a simple vista la diferencia entre un cielo urbano y un cielo rural es tan grande, qué decir cuando utilizamos instrumentos: en el campo, un telescopio chico (80 a 100 mm. de diámetro) “rinde” más que un telescopio mediano o grande (200 a 300 mm. de diámetro) en las ciudades. Y muy especialmente cuando queremos observar los llamados “objetos de cielo profundo”. Hablamos de cúmulos estelares (abiertos y globulares), todo tipo de nebulosas y, muy especialmente, las incontables y lejanísimas galaxias, que son los “blancos” más exigentes para cualquier observador astronómico. La diferencia entre la calidad astronómica de un cielo urbano y un cielo rural es tal, que hay objetos difusos que en el campo podemos ver con un simple binocular 10x50, pero que en las ciudades son invisibles incluso con grandes telescopios. Dicho está: para disfrutar a pleno de las maravillas del Universo hay que alejarse de las luces urbanas. Pero… ¿cuánto? Lo ideal es elegir un lugar de observación astronómica situado a unos 100 kilómetros de cualquier ciudad grande o mediana, y a 50 kilómetros de ciudades chicas.
Astronomía urbana y un consejo final
A pesar del smog y la “contaminación lumínica”, los observadores urbanos pueden observar un amplio repertorio de maravillas celestes. Astros que no son tan afectados por la iluminación artificial: la Luna, los planetas, cientos de estrellas dobles, decenas de cúmulos estelares, varias nebulosas y unas pocas galaxias relativamente brillantes. Así que… a no desanimarse.
Un consejo final: en cualquier caso (ya sea a simple vista o con instrumentos, en el campo o en la ciudad), el mejor momento para observar cualquier astro es cuando alcanza su mayor altura sobre el horizonte. O en términos más técnicos, cuando “transita” (por el meridiano local norte/sur). Cuanto más alto esté un astro, menos será afectado por la contaminación lumínica y por la turbulencia (una variable atmosférica que afecta directamente la calidad y estabilidad de las imágenes).
Hasta aquí esta guía de 10 puntos esenciales para introducirnos en la observación astronómica. Una serie de datos, pautas y consejos que se basan, en buena medida, en la propia experiencia de los autores. Nuestra intención es que este trabajo les sirva, también, como puerta de entrada al resto de los contenidos que publicamos mensualmente en la sección “Cielo del Mes” de nuestra página web. Sólo nos queda decir… ¡Adelante! El Universo está “allí arriba”. Sólo tenemos que animarnos a explorarlo. La observación astronómica nos depara toda una vida de maravillas, descubrimientos personales, emociones profundas, y momentos inolvidables.
Lic. Mariano Ribas y Lic. Walter Germaná
Área de Divulgación Científica
Planetario de la Ciudad de Buenos Aires Galileo Galilei
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